lunes, enero 22, 2007

Las migajas

Recorría la longitud de la alambrada en dirección al horizonte. Con la palma de una mano iba acariciando las espigas del trigal y con la otra sujetaba el bocadillo de chorizo de todas las tardes. Iba mordisqueando, ajeno a cualquier drama, mientras avanzaba improvisando su ruta, custodiado por un cielo abierto e inmenso tan sólo poblado de chamarices que imitaban el canto de los otros pájaros ausentes, quizás escondidos tras las zarzas o en las copas de los eucaliptos. Después se hizo joven y se fue a estudiar a una capital. Fue ingeniero y anduvo envuelto en proyectos de gran envergadura. Vivió siempre en Madrid. A veces se desplazaba por Europa para dar conferencias que resultaban interesantes a estudiantes y a ingenieros muy parecidos a él: todos con gafas de monturas al aire y portátiles de última generación. No volvió al trigal, parece que definitivamente se borraron sus recuerdos, pero allí siguen los chamarices, sin noticias, y el resto de pájaros que picoteaban sus migajas.

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